Por fin llego el día para salir de Clausthal, destino Hamburg. A las 7:30 de la mañana y sin haber dormido mucho suena el despertador y todo comienza. Como vivimos en un pequeño pueblo antes de coger el tren hay que hacerse media horita bus.
Los fines de semana la Renfe alemana (DBahn), vende unos pases que permiten a 5 personas por 30 € coger todos los trenes, autobuses, metros o barquitos; todo lo que quieras durante un día, alta velocidad no. Así que éste y cualquier otro viaje futuro empezará siempre del mismo modo: madrugón y wochenende ticket. También algún que otro transbordo de tren, para hamburgo cambiamos dos veces de tren, pero como teníamos margen no hubo que correr. A la llegada a Hamburgo lo que más m llamó la atención fue, sin duda, el frío que hacía. Por un momento pensé que estaba en casa, nada más bajar del tren regreso esa sensación de frío intenso que se clava en la cara y va avanzando por el cuerpo hasta helarte los pies, abrigarse a tope y a caminar.
Veníamos escapando un poco de la nieve pero no pudo ser, porque después de 30 años volvió una gran nevada a Hamburgo, y ahí estaba yo para contároslo. Lo primero que hay que hacer cuando se llega a una nueva ciudad es ir hasta el albergue que has reservado, ver si ha sido una buena elección y dejar la mochila, esta vez nuestro gran dormitorio de 25 camas estaba bastante bien, aunque en ese momento aún no sabía que no habría agua caliente todo el finde semana.
Quizás haya que incluir la compra de kalimotxo entre lo primero que hacer, cuando viajas con Javi, Iban y Paul. Es una buena manera de no pensar en el frío. Con todo preparado empezamos a conocer Hamburgo. Es una ciudad con muchos matices, grandes edificios se mezclan con las típicas casas alemanas, mesones y restaurantes de todo el mundo, todo colocado sin un orden aparente, puedes encontrar una gran iglesia y un poco más alante la Talstrasse, cuna del orgullo gay en Hamburgo, con su propia vida y ritmo. Más alante St. Pauli, donde después descubriría que la fiesta en Hamburgo nunca se acaba, y al final del camino el puerto. Una gran lengua de mar se adentra kilómetros y kilómetros hasta llegar a Hamburgo y ahí han construido un gigantesco puerto unos veinte Queen Elizabeth 2 podrían atracar en ese puerto, y quedaría sitio para el barco de Novelle.
Como teníamos el transporte pagado nos montamos en todos los que había, aunque es cierto que nunca apareció ningún revisor pidiéndonos el ticket. En Alemania la buena fe se presupone, los semáforos son semáforos y hay que esperar la luz verde para cruzar, el ambar para los coches es ya rojo, y el claxón es un elemento decorativo. Por eso ya no me extraña que no haya tornos, ni revisores, sólo máquinas automáticas donde coger el billete. Si actuasen de la misma forma en España no sé cuanto gente viajaría pagando. Pero si quieres entrar en un baño se acabó la confianza y la buena voluntad, primero pagas y luego pasas a hacer lo que quieras. Una recomendación nunca ajusteis mucho para ir al baño, dejar un pequeño margen para cambiar el dinero, que se pueda caer, que no vaya bien el torno; demasiados obstáculos como para ir con prisa.
A media tarde el frío comenzaba a hacerse muy duro, sobre todo para los que cogió desprevenidos, como Pablin que no le quedo más remedio que comprarse unas botas, grandes, y unos calcetines. La hora de comer comenzó con el desayuno en el primer tren y acabó a la hora de la merienda, cuando tenías hambre pues comías algo y seguías caminando. Hasta que a las siete de la tarde decidimos volver a casa. Paramos a comprar bebida para el botellón y cenamos algo en un turco cerca del albergue. Ya con el estomago lleno, una ducha de agua fría y una pequeña cabezadita reparadora, estabamos listos para conocer la noche de Hamburgo. Pero eso ya es otra historia.
14 mar 2006
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