"Bienvendos al mayor mestizaje de culturas de toda Europa", así debería rezar un gran cartel a la entrada de Londres, mas que nada para que no te pille por sorpresa. Basta un viaje en metro para ver la cara de Londres, mucha gente con mucha prisa, para ver la cruz paga una cerveza, este viaje no te saldrá nada barato. Dejando a un lado el estrés y los precios, Londrés ofrece mucho más que el Big Ben y Buckingham Palace, cuaquiera puede encontrar su sitio, ya seas un amante de la música, el arte o los coches; o un simple freaky rarito.
Lo especial de mi primera visita a Londrés ha sido la compañía; mis padres y mi hermana. Un viaje en familia aporta muchas posibilidades y pocos inconvenientes, en resumen sales menos y comes mucho mejor; unos buenos madrugones completan la receta. Echando la vista atrás te das cuenta de que ha sido un gran cocktail.
Un pequeño paseo para estirar las piernas después de un largo viaje es siempre una buena opción y Londres ofrece un montón de parques. Así que fuimos hasta los Jubilee Gardens, donde se encuentra el London Eye, un paseíto cuatro fotos y para casa. No sin antes ir al típico pub y tomarse una buena cerveza calentita que presta más y a cama temprano que mañana hay que madrugar.
Lo primero que uno debe hacer en Londres cada mañana es mandarse un buen desayuno continental, con su bacon, salchichas, habas... el lote completo. Tras un desayuno así te coges el mapa y nadie te puede parar, aunque sólo sean las ocho de la mañana. El primer día de un viaje es siempre el más productivo, parece como si todo lo que no pudieses ver hoy mañana desaparecerá. Así que a las tres de la tarde cuando nos sentamos a comer ya llevabamos a nuestras espaldas el British Museum, Trafalgar square, Piccadilly Circus, toda Oxford Street y un cachito de Hyde Park; el museo del expolio o un viaje artístico por siglos de saqueos, un par de plazas que no hacen honor a su fama, una calle interminable con cientos de tiendas y el famoso parquecito, para entonces el hambre ya era más fuerte que el cansancio.
Después de la comida, sin hambre y engañando al cansancio seguimos nuestro tour. Primero el Palacio de Westminster, con su Big Ben y las camaras de los Lores y los Comunes, ya de paso la abadía de Westminster, donde Inés y yo decidimos darnos un pequeño homenaje descansando mientras mis padres, inagotables al desaliento, apreciaban la hermosura de la abadía. Todos juntos seguimos hasta el palacete de la reina, Buckingham Palace, bastante sobrio, poca cosa aunque a saber lo que tiene dentro. Mención aparte merece lo del cambio de guardia, una auténtica pérdida de tiempo, esperar más de diez minutos para ver el cambio de guardia es un exceso, aunque nunca está mal ver con tus propios ojos semejante ridiculez, aunque con el zoom de la cámara porque como no se puede entrar te pilla un poco lejos. Los madrugones, las largas caminatas y el calor cansan mucho, por eso lo mejor del palacio es sin duda la fuente de la entrada, no es especialmente hermosa pero es grande y está hecha de una piedra blandita que se adapta a la forma de todos los traseros.
La noche empieza a caer y todos los paseos del día pasan factura, pero de camino a casa en un último ejercicio de esa sana locura del hay que verlo todo, hacer una última parada en el Covent Garden es una gozada, aunque sigue habiendo mucha gente las terrazas dan la zona sensación de tranquilidad. Sentado en una mesa disfrutando de una cerveza recuerdas todo lo que has hecho hoy y te sientes bien, el cansancio también se toma un respiro y disfrutas de los mimos y músicos callejeros. No querrías estar en ningún otro sitio en ese momento, quizás esa sea la magia del Covent Garden.
20 sept 2006
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1 comentario:
qué bien escribes moi.... algún día te encargaré mis memorias ;-)
CARM€N ®...
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