
La bienvenida a la ciudad la da el imponente Allianz Arena, el nuevo estadio del Bayern de Munich, un faro rosa y azul que la alumbra la autopista. En una primer paseo en coche ves todo lo que el dinero podría comprar: coches de alta cilindrada, tiendas de lujo y restaurantes, ninguno vacío. La ciudad está limpi

Hay mejores y peores anfitriones, pero Heiko está fuera de concurso; compramos unas cervezas, dejamos el equipaje en su casa y el coche de alquiler en el Sheraton -que nivel-.
Nos acercamos hasta un garito bastante alternativo, los tatuajes ocupan más del 25% de piel que hay aquí y eso gracias a que nuestros esculturales cuerpos sin mancha bajan la media. La lástima es haber llegado tarde y sólo disfrutar de un par de canciones, los tíos no lo hacen mal de todo y una banda con dos baterías no se ve todos los días. Antés de volver a casa y a modo de aperitivo Heiko nos hace un tour en coche por la ciudad, un montón

Los buenos días son un pedazo de desayuno que el anfitrión de anfitriones nos tiene preparado, en el balcón tomando el sol hacemos el reparto de bicis. Media hora después y tras los ajustes técnicos de las monturas, los cuatro jinetes del apocalípsis nos dirigimos a la conquista de Munich; eso sí, con una caja de cervezas en la cesta.

La primera parada es el Englisher Garte y ante mí la típica imagen alemana: un montón de gente comiendo salchichas y bebiendo cerveza, con música bábara en directo y muchas muchas mejillas sonrojadas. Pero que sería de las costumbres alemanas sin nudismo, la margen derecha del río esta plagada de gente en pelotas, por desgracia estamos en el lado izquierdo y tampoco vamos a cambiarnos de acera ahora. La música de un grupo de gitanos y unos surfistas completan la oferta del Englisher Garten. El sueño de cualquier surfista de interior una ola de izquierda, con fuerza y que siempre es la buena, en el centro de la ciudad a más de 800 km de la playa más cercana. Munich es así.