

El restaurante es relamente idílico, terracita mirando al puerto, camareras trajeadas, una carta interesante y un hambre voraz, media hora después casi no hemos podido probar bocado en el mejor de los casos, demasiada sofisticada la comida o poco acostumbrados a esos sabores. Con el estómago casi vacío y muy revuelto caminamos por el paseo marítimo; un precioso jardín, la maravillosa vista de la ría y el sol a nuestra espalda nos hace olvidar el fiasco de la comida. Hacemos una paradita para contemplar el magnífico edificio de la opera, tras la sesión de fo

Más allá de la belleza de las plazas, esculturas y edificios que forman el complejo del palacio, la mayor atracción suele ser la guardia real. Hombres enormes vestidos de luces e impasibles ante todas las tonterías que puedas hacerles, santos varones de paciencia infinita.
Cansados de tocarle las narices abandonamos el palacio y seguimos imaginándonos a la sirenita. Estamos a unos cien metros y a lo lejos vemos una pequeña marabunta de personas en torno a una roca, a cincuenta metros ya vemos la figura de la pequeña sirenita, crecerá según nos acercamos; pues no. No creo que esta sirenita de pie no levantará más de metro y medio


Son las nueve y nos tiramos en la cama todos derrotados, hoy no habrá salida, mañana madrugón, foto en una playa danesa y de vuelta a casa; o eso creo porque siempre queda un camino a la derecha.
1 comentario:
Este comentario se ha quedado un poco corto, transmite muy poco.
Un saludete de don petete
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